Oficio de tontos

Tontos son los creen, los que crean, los que buscan el temblor de una palabra, los que se ríen de su sombra, los que se enamoran por nada, los que pierden pero no se pierden, los que se enorgullecen de sus amigos, los que no eligen el camino fácil, los que siempre están ahí, los que piensan que el mundo no está perdido todavía... Bienaventurados los tontos, porque de ellos será el reino de la literatura.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Charla en el Colegio Divino Maestro de Madrid

"Cada vez que iba a empezar un examen, Olvido tomaba el papel en blanco y olvidaba su nombre". Este sugerente inicio es uno de los resultados de la charla que un servidor tuvo días atrás, en el Colegio Divino Maestro de Madrid. Planteamos el acto como un taller, huyendo de las clases magistrales que tanto sueño dan a las ocho de la mañana, y les propuse a los chicos que, entre todos, construyéramos un relato fantástico siguiendo diez pasos previamente establecidos.
Era una forma, por otra parte, de explicar a los chicos cómo había yo escrito El sombrero de las ideas descabelladas (Edebé, 2012), novela que los alumnos había tenido dentro del Plan Lector del instituto, y que era la excusa para encontrarnos y charlar un rato sobre literatura y vida.

La verdad es que la experiencia no pudo ser más grata y satisfactoria. Y por varios motivos, que publico como deuda de gratitud. En primer lugar, por el celo profesional y la seriedad con la que el equipo docente del centro había planificado no solo el acto, sino el trabajo con el libro. Ana Hernaz, Belén, Ana Romeo... y todo el equipo de lengua prepararon minuciosamente la lectura, con actividades en el blog del centro capítulo a capítulo, y culminaron este trabajo con unas espectaculares rutinas de pensamiento. Las rutinas se enmarcan dentro de las nuevas técnicas pedagógicas, en las que el Centro Divino Maestro es vanguardia desde hace ya algunos años. Estas técnicas, mediante unas pautas guiadas, permiten que los alumnos analicen cualquier aspecto de la realidad, construyan su propio pensamiento y además, sean conscientes del mecanismo que han seguido para formarse una opinión. ¡Enseñar a pensar, ahí es nada!

Este, claro está, es el otro motivo mi satisfacción, romper todos esos falsos mitos sobre la lectura: los jóvenes no leen ni saben leer. Si algo pude comprobar la otra mañana en Madrid es que, con buenos tutores, los chicos son capaces de sacarle todo el jugo a una novela. Y una novela, obviamente, no es más que la metonimia de esa realidad, tan complicada y apasionante, que tenemos delante de nosotros cuando cada mañana salimos de casa.

El otro día encontré miradas inteligentes, lectores curiosos, preguntas sagaces, profesores motivados. ¡¿Quién dice que no hay motivos para el optimismo?!

A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.